Self-Compassion Over Self-Esteem

Author
Kristin Neff
1124 words, 12K views, 10 comments

Image of the WeekPOR QUÉ LA AUTOCOMPASIÓN ES MEJOR QUE LA AUTOESTIMA
Por Kirsin Neff


La gran preocupación de la vida moderna es esta: no importa cuánto esfuerzo pongamos, de cuánto éxito gocemos, lo buen progenitor, pareja o trabajador que seamos… el caso es que nunca nos parece suficiente. Siempre hay alguien más rico, más estilizado, más inteligente o que ostenta más poder, alguien que hace que nos sintamos insignificantes en comparación. El fracaso, sea del tamaño o del tipo que sea, se considera inaceptable. ¿El resultado? Consultas de terapia, farmacias y secciones de autoayuda de librerías atestadas de gente que se siente insatisfecha consigo misma ¿Qué se puede hacer?


Una respuesta ha venido en forma de obsesión en torno a la autoestima. A lo largo de los años han aparecido literalmente miles de libros y artículos de revistas promocionándola: hablando de cómo obtenerla, elevarla y conservarla. El afán por tener una alta autoestima se ha convertido prácticamente en una religión, a pesar de que las investigaciones muestran los graves inconvenientes que eso puede acarrear. Nuestra cultura se ha vuelto tan competitiva que necesitamos sentirnos especiales y superiores a la media, simplemente para sentirnos bien con nosotros mismos (ser calificados “del montón” se considera un insulto). Por lo tanto, la mayoría de la gente se siente forzada a practicar lo que en psicología se califica como el “sesgo del auto beneficio”, que consiste en inflar nuestra importancia al tiempo que se la quitamos a otros para poder sentirnos superiores en comparación. Sin embargo, esta necesidad constante de sentirnos mejores que nuestros congéneres humanos nos lleva a sentirnos separados y aislados. Y además, una vez has conseguido elevar tu autoestima ¿cómo haces para mantenerla? Es como subirte a una montaña rusa de emociones: nuestro amor propio rebotará de un extremo a otro como una pelota de ping-pong, subiendo o bajando según percibamos que hemos tenido éxito o que hemos fracasado.


Una de las repercusiones más dañinas que ha tenido la obsesión en torno a la autoestima durante las últimas dos décadas ha sido la epidemia narcisista. Jean Twenge, autora de Generation Me (La Generación del Ego) analiza los niveles de narcisismo de más de 15000 estudiantes universitarios norteamericanos entre los años 1987 y 2006. En el transcurso de ese periodo de 20 años los porcentajes de narcisismo se dispararon, pues hasta el 65% de aquellos estudiantes puntuaron más alto en narcisismo que las generaciones anteriores. No es coincidencia que la puntuación en autoestima de los estudiantes se elevara con un margen incluso mayor durante el mismo periodo. Una autoestima demasiado alta se asocia también con un comportamiento agresivo, discriminatorio y colérico hacia aquellos que ponen en riesgo nuestra percepción de valía. Por ejemplo, hay chavales que como manera de fortalecer su ego pegan a otros chavales en el patio del colegio. Eso no es muy saludable que se diga.


Está claro que tampoco queremos padecer de una baja autoestima, así que ¿qué opción nos queda? Resulta que para sentirnos bien con nosotros mismos podemos hacer otra cosa: desarrollar la autocompasión. La autocompasión se traduce en que, cuando nos vaya mal en la vida o cuando detectemos algo en nosotros mismos que no nos gusta, nos tratemos con amabilidad en vez de hacerlo con frialdad o criticándonos duramente. Implica reconocer que la condición humana es imperfecta, de modo que cuando fracasamos o sufrimos, en vez de sentirnos apartados y aislados nos sintamos conectados a los demás. También significa mantener una atención consciente: reconocer y aceptar nuestras emociones dolorosas, sin juzgarlas, tal y como afloran en el momento presente. Y en vez de reaccionar ahogando nuestro dolor - o si no, protagonizando un culebrón dramático - nos observemos y percibamos nuestra situación con claridad.


Es importante que discernamos entre autocompasión y autoestima. El grado de autoestima mide cuán positivamente nos juzgamos a nosotros mismos. Representa cuánto nos gusta nuestra manera de ser y cuánto valor nos adjudicamos, y esa valoración a menudo está basada en la comparación que hacemos con los demás. Por el contrario, la autocompasión no depende de evaluaciones ni juicios positivos; se trata de una manera de relacionarnos con nosotros mismos. El sentimiento de autocompasión en las personas parte su misma humanidad, no de que posean unas cualidades especiales o por encima de la media. La autocompasión favorece la interrelación en vez de la división. Eso se traduce en que, si practicas la autocompasión no te hace falta sentirte superior a los demás para sentirte bien contigo mismo. También te proporciona mayor estabilidad emocional que la autoestima, pues te acompaña siempre, estés en la cima del mundo o te estampes contra el suelo.


Por tanto, en vez de perseguir la autoestima interminablemente como si del caldero al final del arcoíris se tratara, en mi opinión deberíamos propiciar el desarrollo de la autocompasión. De ese modo, estemos en la cima del mundo o en lo más bajo, podremos abrazarnos a nosotros mismos con cariño, sintiendo conexión y equilibrio emocional. Dispondremos de la estabilidad emocional suficiente como para percibirnos con claridad y para llevar a cabo los cambios que necesitemos para hacer frente a nuestro dolor. Aprenderemos a sentirnos bien con nosotros mismos no porque seamos especiales o superiores a la media, sino porque somos seres humanos, intrínsecamente dignos de respeto.

Preguntas semilla para la reflexión: ¿Qué significa para ti autocompasión? ¿Puedes compartir una historia personal que muestre la diferencia entre perseguir la autocompasión y nutrir la autoestima? ¿Qué te ayuda a hacer espacio para la autocompasión?

Kristin Neff es investigadora.
 

Kristin Neff is a researcher. Excerpted from here.


Add Your Reflection

10 Past Reflections